Dossier
Paisajes de la piedra seca
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El valor cultural de los balates

28/12/2010
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Marta Soler,
El País

Grupos y especialistas defienden los muros que preservan los cultivos en Almería.

Los muros de mampostería de piedra seca son parte del paisaje almeriense y su utilización ha sido fundamental para el desarrollo y supervivencia agrícola en tierras áridas, pedregosas y con pendientes; de clima seco y precipitaciones irregulares y torrenciales. La provincia, una de las más montañosas del país, exhibe más que ninguna otra estos muros -los balates- que descansan en sus distintos niveles sobre las laderas y las peinan, como las olas al mar. Se calcula que, desplegados en hilera, tan solo los balates de Níjar formarían una muralla que llegaría hasta Girona (900 kilómetros). En total, existen unos 4.000 kilómetros de este tipo de construcciones rurales, que han sido utilizadas desde el Neolítico por todas las civilizaciones y que en Almería se resisten a desaparecer. Por varios motivos. Los balates suponen un importante freno de la dinámica erosiva. Las cabeceras de las cuencas áridas y cortas de la provincia se convirtieron en escalones que impedían el paso de un sedimento a la red hidrográfica. Es una manera natural de regulación forestal como sucede, por ejemplo, en las presas para evitar que se colme de sedimentos. En la medida en la que avanza su erosión "habrá un cambio en la dinámica sedimentaria" y habrá cuencas que funcionarán como lo hubieran hecho naturalmente de no existir una labor de corrección cultural, como los balates. Así, estudiosos como el geólogo Rodolfo Caparrós, prevén que la cota de los cauces subirá al entrar los sedimentos en la red y podría provocar inundaciones en cortijos. El bucle de destrucción que comenzaría a formarse con la desaparición de los balates, sobre todo, en determinadas cuencas, ha sido también advertido por colectivos conservacionistas. El Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM) ha solicitado a la Consejería de Medio Ambiente y a la Diputación Provincial de Almería su intervención. Apuestan por que se reconozca lo que supone esta técnica y su "demostrada utilidad" para preservar y retener el suelo y reclaman un plan global de intervención donde se vincule el mantenimiento de los balates a factores como el fomento de la agricultura tradicional y del turismo rural, la lucha contra la desertificación, creación de empleo, mantenimiento de ecosistemas y de la biodiversidad, entre otros. Las zonas que, presumiblemente, se verán más afectadas son el litoral de Gádor, la sierra de Cabo de Gata, Sierra Cabrera y Sierra Almagrera, señala Rodolfo Caparrós, al estar asociadas a los secanos, a las zonas más áridas y pedregosas. Los balates no servían solo para fijar el terreno. Los agricultores quitaban el excedente de piedra para poder cultivar y lo empleaban en la construcción de la mampostería. La edificación de balates también se mantiene viva. El aspecto cultural es otro de los motivos por los que se defiende la preservación de estas construcciones rurales. Existen talleres de estudio y rehabilitación de balates que redundan en potenciar la identidad almeriense. "Si no reivindicamos una continuidad de nuestra tradición y cultura territorial, estaremos expuestos a todo tipo de excesos y abocados al desequilibrio y a la pérdida de competitividad y eficacia", augura el geólogo almeriense, que en 2011 trabajará en una guía de lectura del paisaje de Almería que editará el Instituto de Estudios Almerienses. El reconocimiento a la labor realizada por la población rural a lo largo de los siglos también se tiene en cuenta desde el GEM. Recomiendan que muchas soluciones a los problemas medioambientales actuales "se inspiren en las prácticas y el profundo conocimiento de la naturaleza que siempre ha tenido la gente del campo", caso de los balates, de importancia simbólica, paisajística y territorial.Se calcula que, desplegados en hilera, tan solo los balates de Níjar formarían una muralla que llegaría hasta Girona (900 kilómetros). En total, existen unos 4.000 kilómetros de este tipo de construcciones rurales, que han sido utilizadas desde el Neolítico por todas las civilizaciones y que en Almería se resisten a desaparecer. Por varios motivos. Los balates suponen un importante freno de la dinámica erosiva. Las cabeceras de las cuencas áridas y cortas de la provincia se convirtieron en escalones que impedían el paso de un sedimento a la red hidrográfica. Es una manera natural de regulación forestal como sucede, por ejemplo, en las presas para evitar que se colme de sedimentos. En la medida en la que avanza su erosión "habrá un cambio en la dinámica sedimentaria" y habrá cuencas que funcionarán como lo hubieran hecho naturalmente de no existir una labor de corrección cultural, como los balates. Así, estudiosos como el geólogo Rodolfo Caparrós, prevén que la cota de los cauces subirá al entrar los sedimentos en la red y podría provocar inundaciones en cortijos. El bucle de destrucción que comenzaría a formarse con la desaparición de los balates, sobre todo, en determinadas cuencas, ha sido también advertido por colectivos conservacionistas. El Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM) ha solicitado a la Consejería de Medio Ambiente y a la Diputación Provincial de Almería su intervención. Apuestan por que se reconozca lo que supone esta técnica y su "demostrada utilidad" para preservar y retener el suelo y reclaman un plan global de intervención donde se vincule el mantenimiento de los balates a factores como el fomento de la agricultura tradicional y del turismo rural, la lucha contra la desertificación, creación de empleo, mantenimiento de ecosistemas y de la biodiversidad, entre otros. Las zonas que, presumiblemente, se verán más afectadas son el litoral de Gádor, la sierra de Cabo de Gata, Sierra Cabrera y Sierra Almagrera, señala Rodolfo Caparrós, al estar asociadas a los secanos, a las zonas más áridas y pedregosas. Los balates no servían solo para fijar el terreno. Los agricultores quitaban el excedente de piedra para poder cultivar y lo empleaban en la construcción de la mampostería. La edificación de balates también se mantiene viva. El aspecto cultural es otro de los motivos por los que se defiende la preservación de estas construcciones rurales. Existen talleres de estudio y rehabilitación de balates que redundan en potenciar la identidad almeriense. "Si no reivindicamos una continuidad de nuestra tradición y cultura territorial, estaremos expuestos a todo tipo de excesos y abocados al desequilibrio y a la pérdida de competitividad y eficacia", augura el geólogo almeriense, que en 2011 trabajará en una guía de lectura del paisaje de Almería que editará el Instituto de Estudios Almerienses. El reconocimiento a la labor realizada por la población rural a lo largo de los siglos también se tiene en cuenta desde el GEM. Recomiendan que muchas soluciones a los problemas medioambientales actuales "se inspiren en las prácticas y el profundo conocimiento de la naturaleza que siempre ha tenido la gente del campo", caso de los balates, de importancia simbólica, paisajística y territorial.Se calcula que, desplegados en hilera, tan solo los balates de Níjar formarían una muralla que llegaría hasta Girona (900 kilómetros). En total, existen unos 4.000 kilómetros de este tipo de construcciones rurales, que han sido utilizadas desde el Neolítico por todas las civilizaciones y que en Almería se resisten a desaparecer. Por varios motivos. Los balates suponen un importante freno de la dinámica erosiva. Las cabeceras de las cuencas áridas y cortas de la provincia se convirtieron en escalones que impedían el paso de un sedimento a la red hidrográfica. Es una manera natural de regulación forestal como sucede, por ejemplo, en las presas para evitar que se colme de sedimentos. En la medida en la que avanza su erosión "habrá un cambio en la dinámica sedimentaria" y habrá cuencas que funcionarán como lo hubieran hecho naturalmente de no existir una labor de corrección cultural, como los balates. Así, estudiosos como el geólogo Rodolfo Caparrós, prevén que la cota de los cauces subirá al entrar los sedimentos en la red y podría provocar inundaciones en cortijos. El bucle de destrucción que comenzaría a formarse con la desaparición de los balates, sobre todo, en determinadas cuencas, ha sido también advertido por colectivos conservacionistas. El Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM) ha solicitado a la Consejería de Medio Ambiente y a la Diputación Provincial de Almería su intervención. Apuestan por que se reconozca lo que supone esta técnica y su "demostrada utilidad" para preservar y retener el suelo y reclaman un plan global de intervención donde se vincule el mantenimiento de los balates a factores como el fomento de la agricultura tradicional y del turismo rural, la lucha contra la desertificación, creación de empleo, mantenimiento de ecosistemas y de la biodiversidad, entre otros. Las zonas que, presumiblemente, se verán más afectadas son el litoral de Gádor, la sierra de Cabo de Gata, Sierra Cabrera y Sierra Almagrera, señala Rodolfo Caparrós, al estar asociadas a los secanos, a las zonas más áridas y pedregosas. Los balates no servían solo para fijar el terreno. Los agricultores quitaban el excedente de piedra para poder cultivar y lo empleaban en la construcción de la mampostería. La edificación de balates también se mantiene viva. El aspecto cultural es otro de los motivos por los que se defiende la preservación de estas construcciones rurales. Existen talleres de estudio y rehabilitación de balates que redundan en potenciar la identidad almeriense. "Si no reivindicamos una continuidad de nuestra tradición y cultura territorial, estaremos expuestos a todo tipo de excesos y abocados al desequilibrio y a la pérdida de competitividad y eficacia", augura el geólogo almeriense, que en 2011 trabajará en una guía de lectura del paisaje de Almería que editará el Instituto de Estudios Almerienses. El reconocimiento a la labor realizada por la población rural a lo largo de los siglos también se tiene en cuenta desde el GEM. Recomiendan que muchas soluciones a los problemas medioambientales actuales "se inspiren en las prácticas y el profundo conocimiento de la naturaleza que siempre ha tenido la gente del campo", caso de los balates, de importancia simbólica, paisajística y territorial.