Dossier
Dry stone Landscapes
Espanya
|
Crònica
|
Arqueologia del paisatge
|
Paisatge rural i forestal
|

La belleza útil de la piedra seca

14/04/2011
|
Vicente Lladró,
Las Provincias

La geografía valenciana está repleta de construcciones hechas con los modestos recursos del terrenoLa 'sitja' es una caseta o barraca pétrea, que en algunos sitios llaman 'cuco' o 'catxirulo', con un pequeño sotano donde se escondía comida o gente

Cuando los piratas berberiscos acechaban las tierras del Reino de Valencia y los vigías detectaban su cercanía desde las torres costeras, agricultores y pastores procuraban ponerse a salvo donde podían y a menudo no les daba tiempo de llegar hasta el castillo o el pueblo más próximo, donde protegerse mejor. Para tal caso podían despistar a los salteadores colocando los bienes más preciados en lugares apartados de las casas, donde fuera difícil imaginar que estuviera a buen recaudo cualquier cosa. Así se prodigaron en comarcas de Castellón construcciones de piedra, sin argamasa, que se conocen como 'sitjes'. Muchas de ellas todavía perviven, se han restaurado o se han construido de nuevo. Una 'sitja' es, literalmente, una despensa o granero. En este caso se trata de una pequeña caseta construida por entero con las piedras del mismo terreno, que se utilizaba como refugio ocasional, si había tormenta, para guardar utensilios y con la función principal de esconder comida, pequeños tesoros domésticos y hasta ponerse a salvo de asaltantes los habitantes del lugar. A tal efecto, la 'sitja' suele tener un pequeño sótano camuflado, al que se accede por una estrecha portilla que se tapona y disimula con piedras planas. Allí debajo, en tiempos de bonanza, se podía conservar mejor la comida, porque se mantenía en lugar seco y fresco; y si había 'moros en la costa', cobraba mayor relevancia, para poner el suministro a buen recaudo, y con él, cualquier cosa de valor, sobre todo la familia; las mujeres delante. Toda la geografía valenciana está plagada de construcciones rústicas hechas en piedra seca. Por supuesto están los ribazos y márgenes que sujetan la tierra escasa de laderas montañosas, donde antaño tenían que extenderse cultivos y hoy siguen cumpliendo una importantísima función de freno ante la erosión. Pero además, entre los miles de kilómetros de estos sorprendentes muros que llenan nuestro paisaje, se intercalan llamativos refugios, también de piedra, que en lugares como Les Useres, Vall d'Albaba, Pobla Tornesa... les llaman 'sitjes', como en El Maestrat son casetes o barraques, más al norte de la provincia de Castellón se denominan 'gurbís', en El Camp de Turia se conocen como 'catxirulos', en la sierra de Enguera son cucos y en otros sitios son 'soterranyes' o chozos. En Baleares se denominan 'talaiots'. Todo este impresionante patrimonio rural tiene en común la tremenda belleza y la solidez de la piedra seca, sin argamasa ni mortero, que la sabiduría popular fue trabajando con ingenio para convertir en útil lo que antes estorbaba. Porque estas piedras estaban en medio de los campos e iban emergiendo conforme se labraban y se intentaba ganar espacio cultivable a la adversidad natural. En gran parte formaban la estrecha franja rocosa conocida como 'tapaz' o 'tap', semiescondida a pequeña profundidad, donde el arado se enganchaba a menudo, rompiendo la capa para encontrar más tierra buena debajo. Esas piedras semirrotas, irregulares y mayoritariamente de forma bastante aplanada, debían retirarse para facilitar las sucesivas labores agrícolas, y, al hacerlo, podía optarse por apilarlas sin más sentido en un rincón de la propiedad o bien aprovecharlas para construir algo con nueva utilidad. Y así nacieron viejos muros, 'sitjes', cucos, 'catxirulos'... que hoy admiramos.