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La Royal Academy of Arts reúne las mejores pinturas de jardines

27/01/2016
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Teresa Sesé,
La Vanguardia

Entre los 42 pintores reunidos, la institución le dedica un espacio muy destacado a Santiago Rusiñol.

A medida que el ejército alemán avanzaba hacia París, en agosto de 1914, Claude Monet podía oír los cañones de la primera Guerra Mundial mientras daba las primeras pinceladas de sus Grandes Decorations, una serie de lienzos monumentales inspirados en el jardín de agua que había construido en Giverny. Su familia había huido a territorio seguro y el viejo pintor, prácticamente solo, se empeña en seguir pintando para exorcizar el horror. "Ayer retomé el trabajo –escribió en diciembre–. Es la mejor manera de evitar pensar en estos momentos tristes. De todos modos, me avergüenzan mis pequeñas investigaciones sobre la forma y el color mientras muchas personas están muriendo por nosotros". Monet siempre había pintado lo que veía, pero en las pinturas que realizará a partir de entonces la naturaleza se hará cada vez más y más irreal. El nacimiento del arte abstracto se localiza en las aguas de un estanque de nenúfares y un puente japonés.

Painting the modern garden, Monet to Matisse , la exposición con que la Royal Academy of Arts de Londres inaugura su nueva temporada el próximo sábado, es mucho más que el estallido de color y felicidad de unos artistas-jardineros que, como el propio Monet, el más popular de los impresionistas, no sólo encontraron en el jardín su fuente de inspiración sino que lo convirtieron en un laboratorio de estudio cambiando el rumbo del arte para siempre. A Monet, la gran estrella de la muestra, todavía le persigue el estigma de pintor blando, amorfo, kitsch..., como de caja de bombones, pero los comisarios de la exposición, Ann Dumas y William H. Robinson, piden una mirada atenta a sus sauces llorones, ríos de lágrimas con los que quiso llorar los muertos de la guerra y que inundan de tristeza. "Mirando con perspectiva –apunta Robinson– parece obvio que detrás muchos artistas que se dedicaron a pintar jardines durante periodos de crisis y angustia había una profunda necesidad de restaurar la armonía del mundo, de contrarrestar la fealdad con la belleza y la tristeza con alegría; sólo la vida derrota a la muerte".

En la historia de los artistas-jardineros, que de forma activa o dirigiendo las plantaciones, crearon un mundo de goce privado, un paraíso fuera del mundo, Monet es el jefe indiscutible, pero no está solo. Compartió afición con Gustave Caillebote, Camille Pissarro, Henri Le Sidaner, Joaquín Sorolla, Max Liebermann, Henri Matisse, Emil Nolde, Paul Klee... Entre los 42 pintores reunidos en Londres, la Royal Academy dedica un espacio muy destacado a Santiago Rusiñol y, en menor medida a Joaquim Mir; también a Renoir, Bonnard, Cézanne, Klimt, Van Gogh, que amaban los jardines aunque nunca cultivaron ninguno. O Kandinsky, a quien no se asocia con la pintura de jardines pero que produjo lienzos tan fascinantes como los inspirados en Murnau. La exposición abarca cronológicamente de 1860 a 1920, un momento de fuerte crecimiento de las ciudades y de la industrialización y eso, en muchos artistas, explica Dumas, estimuló el deseo retirarse a la naturaleza, de crear sus propias cápsulas de paz y belleza.

Otro jardinero entusiasta –una cualidad que la exposición refuerza en las salas centrales, con unos grandes invernaderos donde crecen plantas y hay abundante documentación– fue Pierre Bonnard, quien asesorado por su amigo Monet cultivó su propio paisaje, un jardín descuidado que en sus pinturas convirtió en un paraíso. También Matisse diseñó su propio jardín en su casa de Issy-les-Moulineaux. "Las flores me proporcionan unas impresiones cromáticas que permanecen indelebles en mi retina, como marcadas por un hierro al rojo vivo", confesaría. "Así que, el día que me encuentro, paleta en mano, frente a una composición, la paleta viene en mi ayuda". Aquí el jardín lo encontramos en La mesa rosa (1917), una imagen sombría y apagada que se vislumbra tras la mesa de mármol vacía y en una posición deforme, tortuosa, acaso reflejo de su estado de ánimo tras la carnicería de Verdún. Tras la guerra volverá al tema, Matisse en el jardín (1919), su hija y su perro ahora retornándole la vida a lo que poco antes era sólo un silencio doloroso.

Estamos ante una de las exposiciones estrella de la temporada londinense, y será una ocasión excepcional para que el público se familiarice con Sorolla, Rusiñol y Mir, a quienes los comisarios han incluido dentro del capítulo dedicado a los jardines silenciosos, pero de nuevo será Monet quien les robará la atención antes de abandonar las salas cuando tropiecen con el grandioso tríptico Nenúfares (1916-1919), procedentes de tres museos americanos (Museo de Arte Nelson-Atkins, Museo de Cleveland y Museo de Arte de Saint Louis) ahora aquí reunidos de forma excepcional. El tríptico Nenúfares formaba parte de aquellas Grandes Decorations que comenzó con el estallido de la guerra y justo al día siguiente del armisticio firmado con Alemania, en noviembre de 1918, donó al estado francés "en honor a la victoria y la paz". Los paneles debían instalarse en una sala circular que se construiría en los terrenos del Hotel Biron, futura sede del museo Rodin, pero el proyecto se frustró y desde 1927 lcuelgan en el Museo de la Orangerie, en dos salas ovales.

"Al final de su vida –defiende el comisario–, tenía problemas de visión y pinta casi de memoria. Pero no se trata sólo de una necesidad formal, sino también expresiva". En 1908 escribió: "Quiero expresar lo que siento". Y cuando unos años más tarde aún iría más allá, con una declaración que hoy cuelga en las salas del museo londinense y que seguramente descolocará a quienes lo consideran un mero transcriptor de la naturaleza: "El tema es se­cundario. Lo que quiero reproducir es lo que se encuentra entre mí y el objeto".