Tras la publicación del Convenio del Consejo de Europa sobre el Paisaje en 2000, y la relevancia otorgada en él a los aspectos perceptivos, los programas, proyectos y actuaciones paisajísticas empezaron a incorporarlos de forma más o menos detallada para guiar su formulación, ejecución y/o evaluación.
En la mayoría de los casos, el análisis de las percepciones se ha centrado en aquellos factores que pueden captarse a través de los sentidos, especialmente el de la vista: colores, volúmenes, composición, texturas o campo visual entre otros. En pocas ocasiones se incluyen estudios de percepciones sensoriales, positivas o negativas, como las táctiles que produce el viento o el sol en la piel; auditivas, como el canto de los pájaros o el sonido de los vehículos a motor; olfativas, como el olor de las flores o los vertederos; o gustativas, como el sabor de los productos asociados a contextos geográficos tan diferentes como los paisajes de dehesas, costeros, de campiña u otros. Si se realiza una búsqueda de trabajos académicos relacionados con las percepciones sensoriales de los paisajes a través de Google Scholar, puede comprobarse como los relacionados con las visuales suponen un 83% del total, frente al 13,6% de las auditivas, 4,6% de las táctiles, 2% de las olfativas y 0,5% de las gustativas.
No obstante, si bien los estímulos sensoriales permiten captar imágenes y sensaciones externas que inciden en su apreciación, también las vivencias, recuerdos, condiciones de vida, conocimientos, edad, procedencia, género, etc. forman parte del abanico de factores que configuran la percepción paisajística, y tienen más que ver con los sentimientos y las emociones que con los sentidos. Por ello, quienes habitan un lugar acumulan a lo largo de sus vidas más experiencias que incidirán sustancialmente en su forma de interpretar y valorar el paisaje en el que desenvuelven sus actividades cotidianas, frente a quienes solo lo visitan de forma ocasional; las percepciones de las mujeres que han desarrollado sus actividades en el ámbito doméstico no serán las mismas que las de sus parientes varones que lo han hecho en espacios públicos y/o productivos; las de quienes trabajan en el sector terciario es probable que sean sustancialmente distintas a las de quienes lo hagan en el primario, etc.
Cuando se definen los objetivos de calidad paisajística es necesario, pues, tal y como indica el propio Convenio, atender a ese conjunto de percepciones, ya que están íntimamente relacionadas con las legítimas aspiraciones de las personas. Los procesos participativos y la aproximación a la imagen proyectada de los paisajes (en el arte, en internet, en las campañas publicitarias, etc.), son herramientas para explorarlas y, para ello, es necesaria la mediación y apoyo metodológico de personal especializado.
A través de la Declaración de Sevilla para la Integración de la Dimensión Social en la Investigación y Gestión de los Paisajes Culturales, numerosas personas de las esferas administrativa, académica, asociativa o profesional, han mostrado su apoyo a las consideraciones expuestas que, aunque se orientan hacia los paisajes culturales, no lo hacen de forma excluyente, y pueden considerarse extensibles al resto del territorio.
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