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77. abril-junio 2023
Boletín trimestral del Observatorio del Paisaje de Cataluña
 
EL OBSERVADOR
 
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Habitar el paisaje

Jean Marc Besse
Filósofo y historiador, director de investigación del CNRS y director de redacción de la revista <i>Carnets du paysage</i>

Existe una gran variedad de definiciones, enfoques, profesiones y lenguajes sobre el paisaje. Los paisajes del arquitecto, el paisajista, el fotógrafo, el historiador del arte, el geógrafo, el antropólogo, el poeta, el ecologista, el ingeniero, el político, el administrador, pero también del turista, el habitante, etc., no son los mismos, aunque pueda haber comunicación y puntos en común ocasionales. Esto se observa a menudo en reuniones públicas y encuentros profesionales que tratan sobre planeamientos urbanísticos o sobre la instalación de equipamientos: en ocasiones no sólo divergen las opiniones y los intereses, sino que el motivo principal de discrepancia son los lenguajes y los conceptos. Las personas que utilizan la misma palabra paisaje no piensan en el mismo ni se refieren a la misma realidad.

Así pues, resulta difícil conciliar estos enfoques diferentes y desarrollar una visión de conjunto y un lenguaje común. Sin embargo, me gustaría proponer un camino, o un punto de vista, que vaya en esa dirección.

Creo que es importante desarrollar el siguiente punto de vista: el paisaje está habitado, es un espacio habitado, un espacio que habitamos, junto con otros, humanos y no humanos, y es, en consecuencia, esta experiencia de habitar la que hay que tener en cuenta como punto de partida.

Hay una metafísica del paisaje, una metafísica típicamente moderna, que identifica el paisaje con un espectáculo visual, un teatro o un panorama, que presenta el paisaje como un cuadro, una imagen estática, al fin y al cabo. El paisaje sería la vista de un país desde arriba, desde una ventana o un mirador a lo lejos.

No se trata ahora de invalidar por completo las dimensiones estética y cognitiva que comporta esta concepción «panorámica» del paisaje. Se trata sobre todo de situarla en un marco de análisis más amplio y completo. Tomar conciencia de que, por ejemplo, ver el paisaje «desde arriba» y «desde lejos» es también una forma de habitarlo y conectar con él. Pero también hay otras formas de habitar el paisaje que no implican distancia: hay paisajes de proximidad, de lo cercano, paisajes cotidianos, paisajes que frecuentamos a diario, donde vivimos de alguna manera. Son estas formas de ser, es decir, estas formas de estar cerca del mundo y de sus paisajes las que hay que explorar.

No estamos lejos de los paisajes. Estamos en el interior, formamos parte de ellos, incluso antes de contemplarlos, o más bien habría que decir que los miramos desde dentro. Nos trasladamos, nos instalamos para vivir de forma más o menos permanente, trabajamos y, a veces, los trabajamos. En otras palabras, el paisaje constituye el espacio cotidiano de nuestra existencia individual y colectiva.

Vamos más allá: si el paisaje forma parte, o incluso es una condición, de nuestra existencia en este mundo, si es una dimensión definitoria de nosotros mismos, entonces también se puede considerar un elemento esencial del desarrollo humano y una condición en el ejercicio de los derechos fundamentales. Es importante insistir en este punto: un paisaje dañado suele ser señal de vidas humanas dañadas.

 
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