El Observatorio del Paisaje de Cataluña ha dedicado unas jornadas a reflexionar sobre los jardines históricos. Esta frase podría parecer meramente descriptiva, pero tiene para mí el valor de un manifiesto, más que saludable novedad me parece el signo de un cambio de tendencia.
Los que trabajamos en ese raro tema, los jardines históricos, llevábamos años percibiendo cómo, tras un fugaz periodo de florecimiento allá por los lejanos años 80 y 90, el interés por esos productos culturales había comenzado a diluirse. Paradójicamente, eso ocurría al mismo tiempo que crecía de forma clarísima el interés por el paisaje. Entiéndase “interés” como resumen de una variada serie de fenómenos entre los que se encontraban la preocupación de la gente, los estudios y legislaciones, la creación de centros de investigación o la provisión de plazas en facultades universitarias.
Supongo que de alguna manera el jardín histórico se entendía como arte, como lujo minoritario, y el paisaje como necesidad de todos, como cercanía. El uno elitista herencia de los antiguos ricos, el otro democrática actualidad; el uno obra de artistas, el otro creación colectiva. El uno superfluo, el otro inevitable. Y al compartir los dos el carácter “verde”, en una visión tan reduccionista y falsa como la de todas las frases anteriores, creaba en la percepción de muchos la idea de que eran competidores de un mismo espacio y había que escoger entre uno u otro.
En vano los interesados en el jardín trataron de luchar contra esas visiones. Me gusta recordar un ejemplo de esa batalla por la “supervivencia”. El ICOMOS tenía desde antiguo un comité internacional de expertos sobre los jardines históricos, y hace varias décadas sus miembros decidieron ampliar el nombre a “jardines históricos y paisajes culturales” y más tarde optaron por el actual y reducido “paisajes culturales”. Se eliminó el nombre original con la excusa de que los jardines históricos son paisaje. Cosa cierta o no, o en parte, pero cuyo debate es, en el fondo, un juego floral entre filólogos. Depende de cómo definamos cada cosa y depende de que intereses defendamos al definirlas de una u otra forma. Asunto que a mí no me interesa, y menos en esta página.
Sí me interesa constatar que el interés por el jardín vuelve ahora a conocer una hora dulce. Y me sirve muchísimo que los estudiosos del paisaje, sin plantearse ningún problema y sin necesidad de ninguna excusa, inviten a repensar sobre los jardines históricos. Bellísimo e ilustrativo verbo “repensar”, ya digo, todo un manifiesto.
Y es que jardín y paisaje, más allá del tipo de matices con que cada cual diferencie el uno del otro, comparten ser productos humanos, ámbitos de cultura, de vida, de bienestar y de disfrute. Y comparten además gran parte de sus problemas y riesgos. Deben compartir también las estrategias de estudio y defensa. Por eso es atinado que en su juego del vocabulario el Observatorio del Paisaje de Cataluña haya aceptado “jardín” como animal de compañía. Porque ciertamente lo es.
|