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55. octubre-diciembre 2017
Boletín trimestral del Observatorio del Paisaje de Cataluña
 
EL OBSERVADOR
 
l'Observador
 

Fotografia y paisaje

Clara Nubiola
Artista

Recuerdo el día. Han pasado unos cuantos años - os invito a que esta frase no suene a relato de quien ya escribe con moño blanco y bastón con punta- y yo cursaba el tercer año de universidad. Entre las optativas del segundo trimestre, por fin, fotografía.

Él se presentó y empezó a hablar.

Olvidaros de todas las fotografías que tengáis en la cabeza.

Olvidaros del cómo pensáis impresionarnos.

Olvidaros de vuestra fotografía perfecta.

Primero tendréis que aprender a mirar.

Sobre la mesa había unos cartones negros del tamaño de un folio y un pote de cristal con diez, quince cutters.

En cada cartón trazamos con un lápiz un rectángulo de diez centímetros por quince.

Luego lo recortamos. Un agujero del tamaño de una fotografía contrastaba con el negro del cartón.

Mirad. ¿Lo veis?. Desde ahora y en los próximos días, estas serán vuestras cámaras fotográficas .

Sujetando el cartón con un mano y a una distancia prudente del ojo, empezamos a mirar.

El paisaje enmarcado. Cada movimiento, cada gesto, era una posibilidad.

Aquel hueco obligaba a descartar. Obligaba a escoger.

Ninguna de las cámaras que hubiéramos podido utilizar hasta entonces, evidenciaba como aquel cartón perforado, las múltiples posibilidades del paisaje, la elección permanente, la sutilidad en lo escogido o rechazado.

Se sorteaba el prejuicio del ojo que fotografía, el ojo que ya dirige al visor hacia su objetivo sin sondear el entorno. Con aquel cartón, no había objetivos concretos más que los de explorar o descubrir nuevos paisajes. El cartón se movía libre, sin prejuicios y el territorio se presentaba infinito.

El ojo, se educaba . La mente, capturaba. A sus “fotografías perfectas”.

Y así, llegamos un día a clase con nuestras brillantes, impolutas, replicadas, todas, Canon F10.

Preparadas para capturar.

¿A quien? ¿A que?.

Capturar.

¿A quien? ¿A que? preguntó él, de nuevo.

Salí a la calle y recorrí mis paisajes cercanos con la inevitable tensión del cazador; ojeando, esperando, escogiendo, decidiendo, el momento, click.

Disparar, disparar, disparar.

Los carretes se fueron llenando, convencidos nosotros, del éxito de nuestras capturas.

Recuerdo el primer día de laboratorio, recuerdo las caras.

Los negativos fallidos, los desenfoques, el exceso de luz… y sobretodo aquella extrañísima

sensación de que aquel paisaje, al que yo imaginaba inmóvil, capturable, dócil, se había “escapado”. Nada de lo que yo creía haber fotografiado estaba en aquellas imágenes. Nada.

El paisaje, tránsfuga, me explicó que no, que él no era ni esa ni otras fotografías. Él se ofrecía como posibilidad, como mirada subjetiva, como elección temporal, como fracción vivida...pero capturable, capturable, no era la palabra.

La fotografía me enseñó -y querida, aquí y ahora te pido perdón por todo lo que hoy por hoy hago con mi teléfono- que un click no es solo un click. Que la fotografía es mirada, es narración, es sentir, es pálpito. Y si, también trabajo, mucho trabajo.

Fotografía, paisaje, sigan bailando.

Los estaremos observando.

 
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