Uno de los aspectos más significativos del sistema ambiental y de la secular evolución geohistórica de la mayor parte de los paisajes está constituido por la coexistencia entre asentamientos humanos y aguas interiores. No se trata solamente de una acumulación valiosa de paisajes anfibios sugerentes, sino también de una red hidrográfica que requiere intervenciones urgentes y adecuadas relativas a la gestión de los cabales, al control de calidad de las aguas y al uso social de los espacios de ribera. En el caso de las regiones fuertemente caracterizadas por el urban sprawl, la atención creciente por los corredores fluviales, de los principales a los secundarios, se puede interpretar como una selección estratégica con la finalidad de contrarrestar los efectos de la enorme expansión urbana que ha implicado costas, llanuras, colinas, terrenos pantanosos y cuencas de montaña.
Esta reflexión inicial constituye una cuestión ampliamente debatida en todos los países occidentales o, mejor dicho, con un alto nivel de creación y aplicación de novedades tecnológicas. Mientras tanto, las actitudes y sensibilidades ecologistas se consolidan en todos los niveles de la vida social y, aunque en la mayoría de los casos no promueven innovaciones paradigmáticas con buenos resultados, al menos ya han aportado un corpus considerable de análisis intelectuales hechos con esmero, que ya hace algún tiempo que influyen en el imaginario y los discursos populares, estimulando, aún más, un código de conducta multiforme y compartido.
Y en efecto, es precisamente en el interior de los territorios densamente urbanizados que los ríos y los espacios hídricos lacustres, además de la ramificación articulada de la red artificial, todavía pueden ser considerados importantes elementos territoriales donde es posible observar un patrimonio consistente formado por la sedimentación secular de actividades humanas que se entrecruzan con porciones significativas y valiosas de naturalidad residual. La reciente revalorización del uso recreativo de los márgenes fluviales, los bosques y los prados en las orillas de los lagos naturales y artificiales, como también la creación de itinerarios para el excursionismo a lo largo de la red hidrográfica, expresan una necesidad de naturaleza y de experiencia turístico-recreativa que se diferencia de los flujos habituales hacia las destinaciones consagradas y que merece ser considerada.
Actualmente contamos con cada vez más estudios científicos enfocados en los múltiples tipos de patrimonio hídrico, como en el caso de la reciente publicación a cargo del Observatorio del Paisaje de Cataluña, dedicada precisamente a las estrechas relaciones entre paisaje, patrimonio y agua, analizadas gracias a la recuperación de la memoria territorial. Este tipo de estudios permiten reencontrar y retrazar parte de estos lazos culturales y simbólicos significativos que remiten al proceso prolongado de construcción de los paisajes hídricos europeos, y este esfuerzo de recuperación de la memoria representa la necesidad de un nuevo "humanismo hídrico". Y es que el agua como bien común plantea cuestiones cada vez más urgentes que reclaman una política continental adecuada, una política de una dificultad operativa que se debe, no tanto a la fragmentación de las decisiones nacionales, como a la influencia muy extendida de las retóricas de un modernismo pasado de moda, que impide un cambio de paradigma decisivo hacia a una gestión multifuncional competente de los elementos hídricos. Hoy en día, por tanto, es necesario proseguir con la formación de comunidades concienciadas, y el hecho de partir de corredores fluviales constituye una selección operativa idónea a la hora de elaborar relatos capaces de oponerse al pensamiento único del urbanismo especulativo, y sobre todo a la hora de sugerir alternativas válidas para responder con firmeza razonable a la mediocridad uniforme de una tecnocracia territorial poco previsora.
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