Cada día, miles de personas abandonan su país en busca de mejores oportunidades de vida. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), cinco años después del estallido de la guerra de Siria, 11 millones de refugiados han cruzado las fronteras. De estos, 4,8 millones han huido hacia Turquía, Líbano, Jordania, Egipto e Irak; 6,6 millones de personas están desplazadas dentro de Siria y más de 212.000 personas han quedado atrapadas en áreas sitiadas y aisladas y sobreviven gracias a la ayuda humanitaria.
Mientras los movimientos de migrantes y refugiados se han intensificado de una forma extraordinaria en los países mediterráneos, la situación a lo largo de las rutas migratorias hacia Europa y dentro de la propia Europa cambia rápidamente (www.syrianrefugees.eu).
En el entorno del mar Mediterráneo, un paisaje dinámico se reconstruye contínuamente, caracterizado por la superposición de ritmos humanos e identidades diversas. Los movimientos transitorios diarios y el paso de poblaciones de un estado a otro o dentro del mismo estado transforman y estructuran nuestro mundo en términos económicos, sociales, políticos, religiosos y, sobre todo, territoriales. Con el tiempo, estas migraciones desembocan en una reorganización de la morfología del territorio, creando así un paisaje autogestionado. En sus movimientos y reubicaciones, las comunidades organizan el espacio para satisfacer sus necesidades de hábitat en un proceso de asentamiento acelerado donde las personas son números y la vida se reduce a una nueva ocupación del territorio.
En la mayoría de los casos, los países receptores no están preparados para recibir a los recién llegados. Según Sassen, "estos flujos bien pueden ser los inicios de nuevas historias y geografías hechas por hombres, mujeres y niños en la huida desesperada de condiciones insostenibles" (Sassen, 2015). Estas nuevas realidades implican considerar al mismo nivel los valores funcionales, productivos, socioculturales y estéticos, por su importancia en la organización territorial como producto de decisiones políticas y culturales.
Así pues, la pregunta es la siguiente:¿cómo podemos armonizar y coordinar las necesidades tanto de las comunidades de recepción como de los refugiados y su responsabilidad mutua hacia los diferentes aspectos del territorio, sean espaciales, culturales, económicos, ambientales, estéticos o sociales?
El nuevo paisaje de riesgo implica profundos retos políticos y de gestión para los municipios. Las administraciones municipales y metropolitanas se ven obligadas a gestionar unos índices exponenciales de inmigración urbana; proteger y conservar los paisajes de los alrededores y los servicios ecosistémicos adquiridos fuera de sus límites geopolíticos; asegurar unos suministros energéticos suficientes para sus industrias y poblaciones; construir infraestructuras materiales y mantenerlas.
Por otro lado, en el caso de los desplazamientos por causa de catástrofes naturales, las personas han de convivir y compartir áreas restringidas sin conocerse ni poder escoger a sus vecinos, la calidad del espacio, su tipología, etc. Las culturas que se ven obligadas a abandonar un paisaje, desplazarse y crear un hogar en otro sitio tienden a reinterpretar sus antiguos valores paisajísticos y moldean un nuevo paisaje para reflejarlos.
Los conocimientos paisajísticos se transportan y crean nuevos paisajes culturales. El "lugar" es un aspecto importante de la existencia humana y una fuente preciada de seguridad e identidad. Los lugares dan forma a nuestros recuerdos y sentimientos y, a la vez, las personas moldean sus paisajes a través de sus experiencias y acciones. Uno de los retos vinculados a la creación de un hábitat temporal para los refugiados consiste en gestionar la multiplicidad de identidades y de sentimientos de pertinencia.
Hoy en día, el paisaje cultural es la asimilación de las características étnicas, sociales, de género, económicas y locales en un entorno construido para los seres humanos. En un contexto globalizado, pues, el paisaje se crea sin ningún tipo de conexión con la realidad sociocultural de las sociedades contemporáneas y se descuida de forma sistemática el "paisaje cultural" existente.
Pero el paisaje no es solo la forma visible del territorio. El paisaje no es una mera composición estructural y espacial: también tiene un elemento intangible que refleja las culturas que lo han creado. Y es precisamente porque el paisaje es un elemento cultural vivo y dinámico que es capaz de asimilar y de integrar con el tiempo algunos elementos que suponen unos cambios territoriales trascendentes. El paisaje puede actuar como "mediador" entre las personas y los espacios que habitan, poniendo de relieve los diferentes aspectos que influyen en esta relación. Diseñar proyectos paisajísticos basados en los conocimientos y el redescubrimiento de valores es necesario para construir procesos sostenibles que restituyan un significado a los territorios y devuelvan a las ciudades su dignidad e identidad.
El paisajismo debe llegar a ser el factor clave de cambio, no solo en la restructuración de los ecosistemas del planeta en la práctica, sino también en la transformación de la forma esencial de habitar el planeta a través de un pensamiento sistemático más amplio.
Sassen, S. Los nuevos flujos migratorios emanan de la "destrucción masiva del hábitat". [En línia] [consulta:12.01.2017]
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