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JULIO-SEPTIEMBRE 14

BOLETÍN TRIMESTRAL DEL OBSERVATORIO DEL PAISAJE - 42

EL OBSERVADOR

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Paisajes que fluyen: los países bálticos

Simon Bell
Profesor de arquitectura del paisaje de la Universidad de Ciencias de la Vida de Estonia y presidente de ECLAS, Cons ejo Europeo de Escuelas de Arquitectura del Paisaje

Los países bálticos –Estonia, Letonia y Lituania– son los únicos antiguos miembros de la Unión Soviética que hoy forman parte de la Unión Europea. En el curso de un siglo, tras independizarse en 1914 del Imperio ruso, fueron invadidos por la Unión Soviética, después por la Alemania nazi, de nuevo por la Unión Soviética, y finalmente recuperaron la independencia gracias al desmembramiento de esta última. Muchos de los rasgos que caracterizan el paisaje de la región hoy en día son resultado de estos diferentes períodos históricos.

Los tres países presentan semejanzas, pero también diferencias. Estonia se halla más próxima a Finlandia, con la que comparte un idioma de la subfamilia finoúgrica –si bien el finlandés y el estonio son lenguas distintas– y patrimonio cultural. En Letonia y Lituania también se hablan lenguas que pertenecen a la misma familia, la de las lenguas bálticas, aunque los hablantes de los dos países no se entienden entre sí. Letonia cuenta con la metrópolis urbana más extensa de la zona, Riga, lo que le otorga un carácter particular, mientras que Lituania es católica y guarda similitudes con su antiguo socio político, Polonia.

Entre los aspectos destacados del paisaje y de los cambios que ha experimentado en el último siglo destacan el fin del sistema territorial feudal báltico-alemán y el éxodo de todos los ciudadanos de este origen tras el fin de la Segunda Guerra Mundial; la colectivización de la agricultura en el período soviético; la reconstrucción y expansión de las zonas urbanas a partir de modelos y estéticas soviéticos; la enorme infraestructura militar, y, ya en la era postsoviética, la restitución de las propiedades a quienes las habían perdido durante el programa de nacionalizaciones soviético.

El resultado es una mezcla compleja y un paisaje dominado en muchas zonas por un patrimonio reciente que no es el propio de los países en cuestión, sino de sus últimos invasores. Antiguas bases de misiles, estaciones de radar, campos de aviación, puertos, almacenes de munición, centros de control y de mando, y la línea costera y las islas, donde la población local tenía vetado el acceso y que ahora forman parte de este patrimonio disonante. Si bien los ciudadanos más ancianos todavía recuerdan la era presoviética, y los de mediana edad vivieron la etapa soviética y su fin, la generación más joven que hoy estudia el paisaje no recuerda aquellos tiempos, ya que nacieron más tarde. Los jóvenes los consideran parte del pasado, y, ante este cambio generacional, ha llegado el momento de analizar la situación. Quedan múltiples vestigios y ruinas de la era soviética, demasiado abundantes y comunes como para conservarlos en su totalidad, pero está empezando a surgir el debate acerca de cómo valorar ese patrimonio y de cómo abordarlo. ¿Qué se debe hacer con él?: ¿conservarlo?, ¿demolerlo?, ¿reutilizarlo?, ¿transformarlo?, ¿dejar que lo invada la naturaleza? ¿O quizá todas esas opciones a la vez?

En el departamento de Arquitectura y Paisaje de la Universidad de Ciencias de la Vida de Estonia nos hemos interesado por esta cuestión, y estamos estudiando este período en la asignatura Paisaje e ideología. Formamos parte de una red que analiza las infraestructuras y las ciudades de la Guerra Fría y la era soviética hoy clausuradas, y con nuestros socios daneses y letones hemos puesto en marcha un programa de investigación a nivel de máster y doctorado. Además, en otros puntos de la región está empezando a aflorar un cierto interés por este tema. Finalmente, el paisaje de los conflictos bélicos también ha adquirido una cierta resonancia en toda Europa durante el 2014 con motivo del centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial.

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