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ENERO-MARZO 14

BOLETÍN TRIMESTRAL DEL OBSERVATORIO DEL PAISAJE - 40

EL OBSERVADOR

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Jardín, paisaje y responsabilidad

Carmen Añón
Paisajista

Siempre hemos dicho que un jardín es el reflejo de la sociedad que lo ha creado y que lo vive. El paisaje es también el resultado de las sucesivas historias de un pueblo. La necesidad siempre presente del jardín para el hombre se ha ido transformando, desde un objetivo casi inalcanzable en los primeros albores de la humanidad hasta sus sucesivas transformaciones, en consonancia con las que se desarrollaban en ese cambio constante y permanente de la sociedad. Persistía no obstante como una imagen soñada, mítica e idealizada a través de la literatura, la pintura, la música… Lentamente, de una forma sutil pero lógica, el jardín iba cambiando de escala, acorde con los tiempos actuales, cuyo ritmo frenético se ha ido acelerando en los últimos treinta años.

El retorno al paisaje, preocupación que siempre ha existido, nos ha conducido desde el espacio íntimo y personal del jardín, siempre eterno y necesario, pasando por el parque público, jardín de todos y preocupación mayoritaria del siglo pasado, hasta la escala social del paisaje. A vernos no como individuos, sino como sociedad. A tomar conciencia de que no estamos solos sino que somos y formamos parte de un todo. De un todo de intereses y conocimientos mutuos tan íntimamente relacionados entre sí, tan estrechamente vinculados, que sólo hablando, dialogando, entendiéndonos, cediendo y relacionándonos seremos capaces de construir un paisaje de armonía donde nuestros hijos puedan vivir y desarrollarse en toda su potencialidad humana.

Dice Raffaele Milani: "El ideal de la belleza nace de una teoría estética y puede ser considerada como un bien universal [...] siendo la naturaleza el objeto de una contemplación a través de la que el hombre comprende y está comprendido". De tal forma se entrelazan estos dos conceptos, estética y belleza, que la naturaleza puede parecer bella cuando parece arte, parece ser un cuadro, y el arte lo puede ser cuando parece natural.

Tenemos que tomar conciencia de que nuestro medio, el paisaje que nos rodea, es un mundo de relaciones y pluralidades. También de ambigüedades, donde diversas ciencias e intereses se entrelazan, se manifiestan, se compenetran: geografía, ecología, economía, cosmografía, topografía, sociología, etc., incluso la religión, la política, la tradición o la leyenda, la imaginación y el sentimiento. Es nuestro, nos pertenece, nos acoge y nos recoge. Hay que volver a un paisaje en armonía con sus condicionantes y sus valores. Valores que antes pertenecían a una determinada cultura y, con la globalización, Internet, la televisión o el cine, empiezan a convertirse en valores culturales compartidos o al menos conocidos por amplios grupos.

En el paisaje lo no visible está íntimamente entrelazado con lo visible, pero no como un aditamento complementario, sino como la estructura que lo sustenta: "Una antología reforzada por las aportaciones de la Gestalt y de todas las teorías de la percepción, que inciden una y otra vez en que la realidad está constituida a la vez por presencias y ausencias, por elementos que se manifiestan y otros que se esconden, pero siguen estando ahí. [...] Hay que aprender a mirar lo que no se ve".

El hombre se relaciona íntimamente con su entorno. Habita, vive el espacio. No es una estancia pasajera su relación con la naturaleza, sino un enraizamiento; no es tener un simple lugar en el espacio sino un ámbito de cobijo, un espacio de existencia. Según Julián Marías: "El mundo no es simplemente un mundo de cosas sino el mundo en que se vive; tiene pues un carácter vital y circunstancial… Puesto que el hombre no está preso en sus paisajes, estos no se le imponen de modo inexorable. En su relación con ellos se establece, no una sujeción, sino una expresión de libertad. Con esta, la acción humana adquiere responsabilidad. Aparece, pues, una cuestión moral, una declaración de civilización, de estilo, de cultura, en nuestro diálogo con el mundo en que vivimos respecto a los ámbitos vitales que fabricamos."

Somos pues responsables del paisaje. De nosotros depende su recuperación y conservación. Y en el enorme desafío que esto representa, nos encontramos frente a un reto que implica compromisos considerables, porque nos implica a todos. No se trata, para mí, de establecer paisajes sostenibles, horrible término pleno de sentido materialista y de equivocado enfoque. Se trata de transformar o conservar y transmitir nuevos conceptos y valores, desde la escuela primaria a la Universidad, desde la Administración a la sociedad civil, desde la moral a la ética y la estética. De coordinación, de armonía, de humildad… El verdadero problema está en conducir nuestras acciones de modo que el desarrollo no se pague en cultura,  sin olvidar lo que Klingenthal advertía: "No habrá una solución real al conflicto que opone al hombre moderno a su entorno, al desconocimiento de la naturaleza, más que en el campo de la ética, es decir, de la espiritualidad".

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