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NOVIEMBER-DICIEMBRE 10

BOLETÍN TRIMESTRAL DEL OBSERVATORIO DEL PAISAJE - 26

EL OBSERVADOR

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El paisaje de la periferia

Toni Sala
Escritor, Premio Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya

Parece que las primeras pinturas de paisaje aparecen en la edad media, y que eran jardines amurallados. El exterior quedaba escondido detrás de los muros, desconocido y espantoso. La periferia, entonces, debía de constituirla aquel muro opaco.

Desde el constante montar y desmontar de grúas de los últimos años hasta la exposición descarnada de prostitutas menores de edad en las carreteras catalanas, la periferia se nos muestra con poca hipocresía. No tenemos criterios que marquen una frontera estricta entre civilización y abandono. Entre una y otra hay una tierra de nadie y es imposible afirmar dónde empieza y termina la ciudad. Esta herida abierta, con toda la fealdad que encontramos en el desorden, es la de nuestros tiempos, en que las ciudades se han amurallado otra vez con cinturones de asfalto y la periferia nos resulta igualmente inaccesible. No me imagino cómo un pintor renacentista podría hoy representar la periferia urbana.

Si conseguimos superar los cinturones de asfalto, nos encontramos con una confusión de presencias acumuladas que hablan cada una su idioma. No hablo sólo de la lengua del marroquí o del gambiano agachado trabajando los campos que rodean la ciudad, sino: ¿en qué idiomas tan diferentes pueden hablarse el campanario de pared de una ermita con la eme amarilla del McDonnald's hecha con dos patatas fritas en lo alto de un palo metálico altísimo? ¿Y el mastodonte plastificado de una gasolinera sobreiluminada con la masía vetusta? ¿Qué pueden decirse los restos medievales de un castillo con la planta cementera? ¿El sendero con la autopista? ¿La noria y el molino de viento con las calles de una urbanización aún por edificar? ¿El vacío de una cantera abandonada con la nave industrial? ¿Y el centro comercial o el establecimiento turístico con la huerta? No hay comunicación y, por tanto, no hay armonía.

La construcción de una depuradora convive con las ruinas de un acueducto romano y con una iglesia completamente restaurada. El mismo tiempo -pasado, presente, futuro- está desordenado y mezclado, con presencias que surgen al lado de otras que se desvanecen o que han quedado fosilizadas.

En mi literatura siempre he acabado llegando a la periferia, ya sea la del interior de la persona, ya sea la externa a ella. La literatura se mueve bien en los espacios periféricos. Dando una vuelta por los alrededores de cualquier ciudad, el desorden y la acumulación dan la idea, más que de dejadez, de poca fe en ningún tipo de valor. En el caso de un escritor catalán, quizás señalen, además, la consciencia de un mundo y una lengua en disolución.

Todo paisaje es cultural y, por lo tanto, moral, y cualquier representación es simbólica. Quizás la periferia nos resulta tan inaccesible justamente porque nos describe la realidad que nos rodea y de la cual es hija, mejor que los centros fijos y estáticos, y que en definitiva son escaparates hipócritas. Si vivimos momentos de cambio, si tenemos consciencia de una crisis de valores -un sentimiento paradójicamente perenne-, el territorio ambiguo de la periferia, que se mueve a su gusto, sería un lugar de exploración ideal.

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